EL BOSQUE
Sur de
Inglaterra. Finales del S. VII
El sol del mediodía
caía cada vez más fuerte aquella tarde de verano. Anduvieron
durante horas bajo aquel sol incandescente por un bosque de algún
lugar que desconocían. Habían oído que por allí no tendrían
problemas para continuar su viaje. Un viaje que, sin lugar a dudas,
estaba teniendo demasiados contratiempos.
—No puedo más —se
quejó el más joven.
—Aguanta un poco,
Liam —le instó la muchacha.
—Pero es que hace
demasiado calor y no aguanto más. —El chico empezó a arrastrar
los pies y sintió cómo su cuerpo cada vez le pesaba más por
momentos.
—No tardaremos en
parar a descansar —comentó el más mayor—. Pronto será la hora
de comer y no nos quedará más remedio que acampar donde nos pille.
—¡Eh, mirad!
—señaló la chica—. Hay un río ahí.
—¡Oh, sí!
—exclamó Liam, abriendo los ojos como platos—. ¡Agua fresca,
ven a mí, preciosa!—. Y salió corriendo hasta la orilla de dicho
río.
Los jóvenes se
situaron a la orilla y dejaron las cosas en el suelo. Liam, por su
parte, ya se hallaba dentro del agua, con una especie de palo
alargado que había encontrado a la orilla del río y que estaba
usando para pescar algunos manjares que le ofrecía la naturaleza.
—¿Alguno de
vosotros tiene hambre? —preguntó alzando la improvisada vara,
donde tenía cinco peces incrustados en ella.
—¿Desde cuándo
eres tan hábil con la pesca? —dijo el otro muchacho.
—Mi padre era
pescador, ¿recuerdas?
—Cierto —contestó
con cierta melancolía y se giró a la chica—. Voy a por un poco de
leña. Échale un ojo a aquel, ¿de acuerdo?
—Ya es mayorcito,
¿no crees? —le instó, alzando una ceja.
—Tú, por si
acaso, no le pierdas de vista.
Sin embargo, antes
de que ella pudiera replicar de nuevo, se encaminó hacia el bosque
en busca de leña para prender. La joven se quedó mirando cómo se
marchaba, negando con la cabeza. Alzó una de sus manos hacia delante
y cerró los ojos, concentrándose. Dio vueltas a sí misma y, de su
mano, salieron diminutas luces doradas que indicaban lo que buscaba.
Abrió los ojos con una sonrisa triunfal.
—¿Se puede saber
qué estás haciendo? —preguntó Liam, inquieto—. Me pones
nervioso cada vez que haces eso.
—Estoy buscando
algo con lo que poder darle sabor al pescado, Liam.
—¿Y no lo puedes
hacer de la manera normal, como todo el mundo?
—Tardaría mucho
más —contestó sin darle mucha importancia—. Además, ¿desde
cuándo te importa tanto que use mi magia? Antes te encantaba verme
hacerlo.
—Pues desde que
hace meses que nos persiguen por eso mismo...
—No nos persiguen
por eso, Liam. Lo sabes.
—Lo sé, pero es
casi lo mismo, ¿no?
—Liam —interrumpió
el otro muchacho—, ve a por más pescado. No sabemos cuánto tiempo
estaremos por aquí y será mejor que tengamos unas pocas provisiones
de más.
Miró a la chica,
que estaba pensativa, mirando a un punto fijo a lo lejos. Se acercó
a ella y la abrazó.
—No le hagas caso,
Amia —le dijo mientras le apartaba un mechón de su rojizo pelo del
rostro y se lo colocaba detrás de la oreja—; es sólo un crío.
—Lo sé, Elric
—Dio un largo suspiro y cerró los ojos—, pero tengo la sensación
de estar arrastrándoos a algo que no debería. No es justo.
—A mí nadie me ha
arrastrado a ninguna parte —le susurró, sonriendo—. Además, no
todo el mundo tiene el honor de ayudar a la única nieta del
mismísimo Merlín.
Amia sonrió y se
sonrojó. No se esperaba tal respuesta. Clavó sus grises ojos en los
azulados del joven y le abrazó, sin más. Él le devolvió el abrazo
y le dio un suave beso en la coronilla.
—¡Eh, par de
tortolitos! —interrumpió Liam a lo lejos. La muchacha se separó
de su amigo, sofocada—. Se necesita ayuda aquí.
—Será mejor que
vayamos antes de que cause alguna catástrofe —bromeó Elric, y
Amia tuvo que ahogar una carcajada.
Ambos amigos se
dirigieron hasta donde se encontraba Liam construyendo la fogata.
Mientras lo hacían, Amia no dejaba de pensar en todo lo que habían
pasado juntos hasta la fecha. Elric siempre fue su mejor amigo; le
conocía desde que tenía memoria y no le recordaba más que cuidando
de ella, sobre todo desde que su padre desapareció, cuando ella era
muy pequeña. Desde entonces, Elric siempre ha sido muy protector con
ella, y el hecho de que estuviera allí, en aquella situación, le
hacía sentir ciertamente culpable.
Tras la gran
comilona que se dieron —y en donde no quedaron ni las sobras—,
Liam y Elric decidieron darse un refrescante baño en el río. El
calor de aquel día estaba llegando a su punto más alto y no les
venía mal tomar ese baño. Mientras tanto, Amia se tumbó bajo la
sombra de un árbol no muy lejos de la orilla. Hacía mucho que no le
escribía a su madre, así que pensó que sería hora de decirle que
todo estaba bien.
Llevaban semanas sin
que no ocurriese ningún imprevisto, cosa que a Amia le aliviaba y
preocupaba a la vez. Cuanto más tranquilos estaban, más
probabilidades había de encontrarse con algún enemigo. Y eso a la
joven le inquietaba, el porqué era tan valioso aquel amuleto que su
abuelo escondió bajo la tierra de un lugar completamente desconocido
para ella. Sabía que él era una leyenda, pero nunca imaginó que
fuese tanto. Habían huido en decenas de veces de los maleantes que
también ansiaban dicho amuleto. Sin embargo, cuando se hiciera con
él, ¿qué se suponía que ocurrirá? Ni siquiera ella misma lo
sabe.
Amia dejó que esos
pensamientos se desvanecieran durante un rato, respiró hondo y dejó
que las palabras fluyeran hasta su pluma, la cual rasgaba el papel a
una velocidad increíble.
Mi estimada
madre:
Lamento mucho no
haber podido comunicarme contigo en estas semanas que han pasado,
pero me ha sido imposible. Elric se porta muy bien conmigo. No me
deja sola ni un segundo y procura que nunca me falte nada de comer.
Hoy hemos
descubierto que Liam es bueno pescando. Dile a su madre que debe
estar orgullosa de él, ya que gracias a su habilidad nos hemos
podido llenar el estómago. ¡Estoy que reviento!
Estas semanas
atrás han sido muy tranquilas. Aún seguimos buscando el medallón
del abuelo, pero creemos que estamos muy cerca. Lo presiento.
—Amia —vociferó
Liam desde la orilla del río—, deja eso y vente a dar un baño con
nosotros. Ya verás lo relajante que te resultará.
—Luego, más tarde
—contestó la chica sin despegar la vista del papel—. Ahora estoy
demasiado ocupada.
—Amia, no seas una
aburrida —insistió Elric mientras salía del agua y se acercaba a
la chica, empapado—. Hace un día perfecto para que te des un buen
baño.
—No puedo, Elric.
Estoy terminando la carta para mi madre. Enseguida...
Sin embargo, la
muchacha no pudo más que soltar un pequeño grito cuando Elric la
tomó en peso y, soportando tales berridos y pataleos infructuosos de
la joven, la metió a la fuerza al río —con ropa incluida—,
entre carcajadas de ambos chicos.
La joven salió a la
superficie y miró malhumorada a sus amigos. Llevaba toda su larga
melena chorreándole por la cara y se la echó, como pudo, hacia
atrás.
—Muy gracioso,
Elric —refunfuñó mientras salía del agua—. ¿Ya estás
contento?
—¡Oh, venga,
Amia! —comentó, siguiéndola hasta la orilla—. Sabes que sólo
era una broma.
La muchacha lo miró
con cara de pocos amigos; Elric quiso acercarse, pero tuvo que
retroceder unos pasos hacia atrás.
—Pues yo no se la
veo, en serio —dijo mientras se escurría los rizos de su melena
hacia un lado.
—No sé de qué te
quejas —inquirió Liam—; tú tienes el don de secarte en un
momento.
Amia clavó la
mirada a su amigo más joven. Éste se quedó sin más que decir; la
mirada intimidante de la chica daba demasiado miedo. Mucho.
—Tener que usar mi
magia para secarme hace que pierda fuerza para cosas más
importantes. Como, por ejemplo, no tener que estar dando vueltas por
todas partes sin saber a dónde vamos. Es por eso por lo que he de
tener suficiente como para poder sacarnos de algún que otro apuro.
Tras decir estas
palabras, cerró los ojos, concentrándose, y colocó sus manos sobre
su cabeza; de las palmas emanaron cientos de lucecitas doradas que
impregnaron sus rojizos cabellos, haciendo que éstos se secaran
inmediatamente. Repitió el proceso con su ropaje, los cuales
quedaron impolutos.
—Venga, no te
enfades —reiteró Elric—; si en el fondo te ha venido bien el
chapuzón. No lo niegues.
Amia hizo caso omiso
al intento de disculpa de su amigo. Ya no sabía cómo explicarle que
su don no iba y venía cuando ella quería. No al menos hasta que no
acabara su aprendizaje. Fue en ese momento cuando, de nuevo, le vino
a la mente su abuelo; le echaba mucho de menos y era un sentimiento
que no le gustaba mostrar delante de sus amigos, así que,
normalmente, solía cambiar de tema.
Elric, al ver la
cara de su amiga, se acercó a ella, con cierta preocupación. A
veces ella tenía la sensación de que él le leía la mente más de
una vez, porque siempre acertaba de lleno en lo que le ocurría.
—Sé que no es
fácil llevar esta carga tan pesada, Amia —comentó una vez la tuvo
frente a él—. Sólo quería que te olvidaras un poco de este
asunto y te relajaras, nada más.
—Lo sé y lo
agradezco —contestó mientras recogía los desperdicios de la
comida y los hacía desaparecer mediante un conjuro—. Pero ahora
no; ya tendremos tiempo para relajarnos lo que queramos.
Elric asintió sin
insistir más. Comenzó a bromear con ella para quitarle hierro al
asunto. Sabía que eso era lo único que podía hacer para que se le
pasara el enfado. La conocía demasiado bien; sabía que ella, por
mucho que se enfurruñara, no le duraba más de cinco minutos.
—Esto... chicos
—les interrumpió Liam, que estaba detrás de ellos.
—¿Y ahora qué,
Li...? —Pero Elric no llegó a terminar la frase; descubrió lo que
el joven quería advertirles.
Elric alzó la
cabeza y se puso delante de Amia y Liam, a modo de escudo. Su rostro,
normalmente alegre, permanecía serio y distante. Entrecerró los
ojos cuando lo que los amenazaba se acercó a ellos.
—Vaya, vaya...
—murmuró un hombre alto de cabellos negros. La cicatriz que le
cruzaba su ojo derecho no le dejaba indiferente a nadie—. ¿Pero a
quiénes tenemos el placer de encontrar aquí?
—Elric —susurró
Amia detrás del joven—, ¿no dijiste que este lugar era seguro?
—Eso es lo que oí.
No entiendo qué es lo que hace él aquí. —Caminó unos pasos
hasta el hombre y les hizo a sus amigos una señal para que
recogieran sus cosas lo más rápido posible—. ¿Qué quieres,
Malvrick?
—Esa respuesta
creo que deberías saberla, joven Elric —contestó con media
sonrisa el hombre, soltando, a su vez, una leve carcajada—. ¿Por
qué no os rendís de una vez, en vez de salir huyendo como siempre,
me dais lo que quiero y os dejo con vida? Todos ganamos, no hay duda.
—¿Y qué
ganaríamos nosotros dándote el medallón? —inquirió Liam,
frunciendo el ceño. Elric lo miró de reojo y le mandó callar con
un gesto. Parecía como si tuviera controlada la situación.
—No te
entregaremos nada y, mucho menos, nos rendiremos.
Malvrick se encogió
de hombros y, con una amplia sonrisa, chasqueó los dedos. De pronto,
aparecieron un montón de hombres armados con flechas y arcos. Los
tres amigos salieron corriendo en dirección opuesta, pero estaban
por todas partes. Se encontraban acorralados. No había más
escapatoria.
—Amia —insinuó
Liam, sacando una flecha de su carcaj, dispuesto a disparar—, este
es un buen momento en donde no sería mala idea que usaras todo tu
poder para sacarnos de aquí...
—Sabéis más que
de sobra que bajo presión no puedo usarla —dijo mientras se
acercaba más a sus amigos—. Además, he malgastado la poca energía
que me quedaba en secarme.
—¿Y no puedes
concentrarte para hacernos desaparecer de aquí? —intervino Elric,
nervioso.
—Eso requiere
mucha magia y mucha concentración para que sea efectivo.
—¡Hazlo, por lo
que más quieras, hazlo! —insistió, mientras esquivaba alguna que
otra flecha.
—Está bien, pero
no me presionéis.
La joven agarró a
sus amigos y cerró los ojos. Mientras tanto, Elric y Liam comenzaron
a lanzar flechas a todo aquel que los atacara.
—¿Cómo vas,
Amia? —se impacientó Liam, que acababa de esquivar una flecha.
—No me metáis
prisa. Hago todo lo que puedo. —La chica apretó los ojos y se
concentró un poco más. Su rostro comenzó a perlarse en sudor por
el esfuerzo. Liam y Elric continuaron defendiéndose como pudieron,
hasta que vieron cómo todo se volvía borroso; lo había conseguido.
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Se encontraban no
muy lejos del río, a unos tres kilómetros de distancia. No era
mucho, teniendo en cuenta que aquellos maleantes podrían rastrearlos
con facilidad. Amia se hallaba en el suelo, respirando con dificultad
por el esfuerzo tan grande que le supuso todo aquello. Poco a poco se
fue recuperando y se puso en pie. Miró a Elric, quien estaba pálido
con la cara desencajada. Amia se preguntó qué es lo que pasaba
hasta que se percató de la flecha que Liam tenía incrustada en el
hombro. El muchacho temblaba y respiraba despacio. Estaba perdiendo
mucha sangre y ninguno de sus amigos entendía de estas cosas. Elric
le dio un trozo de tela para que lo mordiese y le pidió a Amia que
lo entretuviese para poder arrancarle la flecha. Liam soltó un grito
desgarrador y se desmayó.
La sangre seguía
saliendo y tuvieron que taponar la herida como pudieron. Amia
presionaba en ella con fuerza, mientras Elric la miraba sin saber qué
decir ni qué hacer. Se sentía culpable por todo aquello. Él había
sido quien les llevó a ese dichoso lugar. Él fue quien se creyó
que estarían a salvo. Y no fue así.
«Aunque me lleve
la vida en ello —pensó Elric— os sacaré de aquí; sea
como sea, lo conseguiré. Os lo prometo.»
CONTINUARÁ...
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NOTA: Este
fragmento lo escribí hace bastante tiempo, y la verdad es que llevo
desde entonces queriendo continuarlo y ponerle un comienzo. A ver si
me animo y lo hago, porque tengo muchas ideas muy buenas, lo único
que me queda es enlazarlo todo y, lo más importante, ponerme a
escribirlo, que es lo más complicado.